martes, 25 de agosto de 2009

El festival de música del pacífico “Petronio Álvarez”: ¿feria o festival?

Por: Marcela Velásquez Cuartas
Estudiante de sociologia de la Universidad del Valle



Para la versión XIII del Festival de música del Pacifico “Petronio Álvarez” nos encontramos que hubo un mayor interés de los entes gubernamentales de Cali y del ministerio de cultura por difundir las diversas manifestaciones culturales de la región del pacífico colombiano. El aumento de presupuesto para el festival (durante su lanzamiento en el mes julio se habló de un presupuesto mayor a los 1000 millones de pesos), una gran adecuación de los sitios gastronómicos y artesanales en la plaza de toros y el “cubrimiento especial” del canal RCN, fueron algunos de los atractivos de este festival, lo que generó mucha expectativa para la ciudadanía caleña y para el país. Se contó con la presencia de grupos internacionales como Farafina y Convenezuela, donde compartieron su repertorio musical y engalanaron el homenaje que se le dio al maestro de maestros José Antonio Torres “Gualajo, el pianista de la selva”. Fueron seis días de viche, arrechón y mucha gozadera donde agrupaciones musicales y público gritaban y agitaban por una sola cosa: El Pacífico.

Sin embargo otras voces mencionaron lo contrario: desilusión, exhibición desmedida, poco trabajo musical, sin la misma energía, sin la misma gente. Chocoanos, guapireños, Bonavorenses, tumaqueños y caleños que conocieron este festival desde sus inicios, manifestaron la dificultad de reconocerse en este espacio, no por las manifestaciones musicales en sí, sino por el “ambiente” (como lo comentó la profesora María del Carmen de Buenaventura, quien ha asistido al festival durante mas de 10 años), que ya ha perdido su desarrollo pacífico y comunitario y ha pasado a ser un espacio de comercio, de consumo y de rumba. En lo personal, considero que espacios musicales como el Petronio, son importantes para la difusión de las músicas de una región, con igual importancia que un festival de jazz o de blues que Cali ha tenido la oportunidad de presenciar, pero mi inquietud y mi critica va por el interés exótico que se le ha puesto a este festival, llevándolo a instalarse en caminos de simple jolgorio, ansiedad por buscar un posicionamiento y hacerlo ver como el festival de los afro para los afro, cuando en realidad fue un festival hecho para el mundo del consumo.

Otras actividades dentro del festival como los famosos remates -que durante años se celebraron en la calle novena, que se cerraba para que músicos y oyentes interactuaran al sonar de los tambores, de la marimba, del clarinete y el bombardino-, este año tomó un rumbo distinto. Músicos dentro de los hoteles, con acceso exclusivo y desarrollo de la fiesta en un lote adecuado como tarima, fueron los escenarios musicales de este año, intervenciones cortas de las agrupaciones y un sin número de personas que iban a la calle solo por la rumba y el trago: Viche, tumbacatre, tomaseca, arrechón, aguardiante, todos juntos en un solo lugar para aumentar la fiesta y la agresión[1]. Pongo de referente lo anterior, pues como espectadora de las últimas tres versiones del festival, percibo cambios, transformaciones que en vez de ser positivas las considero negativas, en términos de lo social que es el evento y que era lo que mas caracterizaba al festival, la congregación pacifica y su sentido cultural hacían de él, un evento para disfrutar y conocer.

El Petronio como acto cultural de una región poco a poco se está desdibujando, los comportamientos de quienes asisten como espectadores pasa por la rumba del día en la plaza de toros y el remate después del evento. La poca rigurosidad de los jurados, a mi parecer y con el conocimiento que he tenido en el último año, se vio reflejada en los grupos que en este año quedaron en la final, pocas propuestas musicales serías y bien trabajadas y para desilusionar mas, un reglamento que por segundo año consecutivo se pasa por alto[2]. Finalmente las agrupaciones musicales en su afán por mostrar su música, han terminado por presentar lo que en el momento se puede acoplar más y no un proceso largo y de gran validez para tomarse seriamente.

Músicos, jurados y espectadores se desdibujan en un evento que pasó de ser festival a una feria musical y gastronómica, con cubrimiento nacional para mostrar un evento poco organizado y más bien una rumba que anualmente se celebra en Cali. Sin ánimos de generar polémica, invito a una reflexión desde nuestros sentires y pensamientos donde nos preguntemos por los alcances sociales y culturales que este tiene para la región, no importa si se es espectador, músico o participante de este festival, y sin pretender soluciones esencialistas dentro de una ciudad “multiculturalista”, lo que hay que hacer es generar conciencia de lo que pasa por nuestros ojos y nuestros oídos.



[1] Durante la madrugada del sábado, se presentaron agresiones físicas entre algunos jóvenes, lo que hizo que se terminara la participación de los músicos y de la gente que se encontraba en la calle. Igualmente el domingo, el día de la final del festival, un grupo de jóvenes se enfrentaron físicamente, interrumpiendo el acto de la escuela de música tradicional del pacífico, llevando a la intervención de la Policía Nacional para acabar con la trifulca.

[2] Para la versión del 2008, grupos como Voces de la Marea de Guapi, Cauca, ganaron el segundo lugar para la categoría de marimba. Según el reglamento, grupos ganadores de una versión, inmediatamente en la siguiente no puede participar, sin embargo, ello fue pasado por alto porque la agrupación se presento para este año y ganó el primer lugar para dicha categoría.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El Petronio: Entre tradiciones y músicas del mundo



Por: Ana María Arango

El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez ha sufrido importantes transformaciones. Es un festival mucho más calificado en términos tecnológicos, mucho más abierto a nuevas expresiones, mucho más preparado en términos logísticos y definitivamente mucho más internacional y cosmopolita. Todas estas transformaciones, han propiciado a la vez un cambio de sentido del festival para las comunidades que lo tienen como propio y que lo han convertido en un ícono de “afrocolombianidad”. El Petronio, al ser más abierto en sus manifestaciones y al constituirse como espacio cosmopolita ya no le pertenece solamente a la gente del Pacífico; ya las colonias no se reconocen en él y se desdibujan en medio de tantos “multicultis”[1].

Pero a nivel musical el Petronio de este año no presentó mayores variaciones con respecto al anterior. Nos encontramos con un panorama de la música de marimba absolutamente rejuvenecido, con una nueva categoría de violín caucano con mayor presencia que tiene el reto de convencer y conquistar a un público, con una representación de la chirimía más bien reducida y poco convincente, y con una categoría libre que aparentemente presentaba nuevos grupos pero que en realidad son los mismos con diferentes nombres.

En conclusión los mejor parados fueron los conjuntos de marimba. Pero este hecho no es gratuito; la marimba en los últimos tres años ha recibido un impulso preponderantemente político que se ha evidenciado en la propagación de escuelas y festivales y en la explotación iconográfica del formato por parte del mercado y de los medios de comunicación. Y no es de extrañar que esto suceda; esta situación responde a un fenómeno global en el cual las músicas tradicionales son devoradas por el mercado de la world music o las llamadas músicas del mundo. De esta manera sin importar la función social tradicional que los músicos y músicas cumplen en sus contextos locales, éstas y estos son tomados, exhibidos, escenificados y exotizados. Marcar la frontera entre reconocimiento y valoración del patrimonio y el canibalismo del mercado y las industrias culturales no resulta para nada fácil. Y son precisamente las políticas públicas las que deben propender por la revitalización de las manifestaciones sin caer en fetiches y explotación.

A diferencia de la marimba, el conjunto de chirimía no es exótico; no se hacen evidentes en él las “huellas africanas” de sus instrumentos ni los cantos responsoriales de raras disonancias… por lo tanto no resulta fácil convertir a la chirimía en un fetiche para el mercado y los medios de comunicación. Así, es un producto que no se vende tan fácil como la marimba a las lógicas y categorías de las músicas del mundo. Este hecho no es ni bueno ni malo. Tiene como ventaja que los músicos y productores locales tienen mayor control sobre sus repertorios y productos y como desventaja que la falta de diálogo y de visibilidad por parte del mercado y los sectores mediáticos ponen a los mismos en una zona de comodidad peligrosa en donde no hay nuevos retos y nos contentamos con muy poco. Ante esta situación tanto el gremio como las políticas públicas tienen la responsabilidad de vigorizar las agrupaciones, visibilizarlas y fortalecerlas a través de procesos formativos. Además, por otra parte, el Festival Petronio Álvarez tiene la responsabilidad de pensarse, ver su rol en la legitimación y deslegitimación de formas, formatos y estilos musicales y consolidar unos criterios claros de calificación y elección de jurados. Este año por ejemplo, vimos un jurado muy poco equilibrado que se caracterizó por la preponderancia de intelectuales y folkloristas y la escasez de músicos locales con conocimientos técnicos. Esta situación se vio claramente en el veredicto y repercute en los rumbos y nuevas lecturas que la comunidad tanto afro como mestiza tienen del festival y sus manifestaciones.


[1] Mestizos enamorados de la diversidad cultural y específicamente de las minorías étnicas.