Por: Marcela Velásquez Cuartas
Estudiante de sociologia de la Universidad del Valle
Para la versión XIII del Festival de música del Pacifico “Petronio Álvarez” nos encontramos que hubo un mayor interés de los entes gubernamentales de Cali y del ministerio de cultura por difundir las diversas manifestaciones culturales de la región del pacífico colombiano. El aumento de presupuesto para el festival (durante su lanzamiento en el mes julio se habló de un presupuesto mayor a los 1000 millones de pesos), una gran adecuación de los sitios gastronómicos y artesanales en la plaza de toros y el “cubrimiento especial” del canal RCN, fueron algunos de los atractivos de este festival, lo que generó mucha expectativa para la ciudadanía caleña y para el país. Se contó con la presencia de grupos internacionales como Farafina y Convenezuela, donde compartieron su repertorio musical y engalanaron el homenaje que se le dio al maestro de maestros José Antonio Torres “Gualajo, el pianista de la selva”. Fueron seis días de viche, arrechón y mucha gozadera donde agrupaciones musicales y público gritaban y agitaban por una sola cosa: El Pacífico.
Sin embargo otras voces mencionaron lo contrario: desilusión, exhibición desmedida, poco trabajo musical, sin la misma energía, sin la misma gente. Chocoanos, guapireños, Bonavorenses, tumaqueños y caleños que conocieron este festival desde sus inicios, manifestaron la dificultad de reconocerse en este espacio, no por las manifestaciones musicales en sí, sino por el “ambiente” (como lo comentó la profesora María del Carmen de Buenaventura, quien ha asistido al festival durante mas de 10 años), que ya ha perdido su desarrollo pacífico y comunitario y ha pasado a ser un espacio de comercio, de consumo y de rumba. En lo personal, considero que espacios musicales como el Petronio, son importantes para la difusión de las músicas de una región, con igual importancia que un festival de jazz o de blues que Cali ha tenido la oportunidad de presenciar, pero mi inquietud y mi critica va por el interés exótico que se le ha puesto a este festival, llevándolo a instalarse en caminos de simple jolgorio, ansiedad por buscar un posicionamiento y hacerlo ver como el festival de los afro para los afro, cuando en realidad fue un festival hecho para el mundo del consumo.
Otras actividades dentro del festival como los famosos remates -que durante años se celebraron en la calle novena, que se cerraba para que músicos y oyentes interactuaran al sonar de los tambores, de la marimba, del clarinete y el bombardino-, este año tomó un rumbo distinto. Músicos dentro de los hoteles, con acceso exclusivo y desarrollo de la fiesta en un lote adecuado como tarima, fueron los escenarios musicales de este año, intervenciones cortas de las agrupaciones y un sin número de personas que iban a la calle solo por la rumba y el trago: Viche, tumbacatre, tomaseca, arrechón, aguardiante, todos juntos en un solo lugar para aumentar la fiesta y la agresión[1]. Pongo de referente lo anterior, pues como espectadora de las últimas tres versiones del festival, percibo cambios, transformaciones que en vez de ser positivas las considero negativas, en términos de lo social que es el evento y que era lo que mas caracterizaba al festival, la congregación pacifica y su sentido cultural hacían de él, un evento para disfrutar y conocer.
El Petronio como acto cultural de una región poco a poco se está desdibujando, los comportamientos de quienes asisten como espectadores pasa por la rumba del día en la plaza de toros y el remate después del evento. La poca rigurosidad de los jurados, a mi parecer y con el conocimiento que he tenido en el último año, se vio reflejada en los grupos que en este año quedaron en la final, pocas propuestas musicales serías y bien trabajadas y para desilusionar mas, un reglamento que por segundo año consecutivo se pasa por alto[2]. Finalmente las agrupaciones musicales en su afán por mostrar su música, han terminado por presentar lo que en el momento se puede acoplar más y no un proceso largo y de gran validez para tomarse seriamente.
Músicos, jurados y espectadores se desdibujan en un evento que pasó de ser festival a una feria musical y gastronómica, con cubrimiento nacional para mostrar un evento poco organizado y más bien una rumba que anualmente se celebra en Cali. Sin ánimos de generar polémica, invito a una reflexión desde nuestros sentires y pensamientos donde nos preguntemos por los alcances sociales y culturales que este tiene para la región, no importa si se es espectador, músico o participante de este festival, y sin pretender soluciones esencialistas dentro de una ciudad “multiculturalista”, lo que hay que hacer es generar conciencia de lo que pasa por nuestros ojos y nuestros oídos.
[1] Durante la madrugada del sábado, se presentaron agresiones físicas entre algunos jóvenes, lo que hizo que se terminara la participación de los músicos y de la gente que se encontraba en la calle. Igualmente el domingo, el día de la final del festival, un grupo de jóvenes se enfrentaron físicamente, interrumpiendo el acto de la escuela de música tradicional del pacífico, llevando a la intervención de la Policía Nacional para acabar con la trifulca.
[2] Para la versión del 2008, grupos como Voces de la Marea de Guapi, Cauca, ganaron el segundo lugar para la categoría de marimba. Según el reglamento, grupos ganadores de una versión, inmediatamente en la siguiente no puede participar, sin embargo, ello fue pasado por alto porque la agrupación se presento para este año y ganó el primer lugar para dicha categoría.
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